El paisaje de mi isla no es rojo ni se ha teñido de repente. El suelo no es rico en cinabrio ni está cubierto de cochinillas.
La causa que explica este color soy yo. Son mis ojos. Mi esclerótica se ha convertido en una balsa tan roja como el mismísimo infierno.
Hago memoria, pienso y pienso y recuerdo tantas posibles causas que no se cual ha motivado la infección. Una rama que me golpea mientras me acerco a hurtadillas a un nido para robar huevos, las cañas de mi cabaña cuando se rinden y caen como brazos dormidos, el exceso de sal en mis baños pesqueros, mis dedos sucios secando el lagrimeo, el humo, mi pelo sucio y enredado, la arena, …
Me rindo. Da igual. Ahora solo necesito eritromicina y todo volverá a su antiguo color.
Anne
Van Rap:
La eritromicina cumplió sus objetivo y ahora todo tiene el color que debe tener.
Se acabó el rojo.
🙂
Anne
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Que la isla te protege ha quedado demostrado a lo largo de más de cinco años, aunque no te ahorre las calamidades propias de un náufrago.
Ojalá el medicamento consiga poner orden pronto y dejes de ver ese rojo que quema y que llama a la pendencia.
Salud, suerte y paños húmedos, Anne
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