
A veces cuando el hambre nos ciega, cuando por mucho que intentemos pensar en otra cosa solo pensamos en comer, no queda otra salida que lanzarse allí donde nunca osaríamos saltar.
Y en mi caso ese «allí» es mi mar en invierno. Un mar con aguas que no invitan ni siquiera a meter los dedos de los pies, ni mucho menos llegar a las rodillas, ni…., ni….
El premio para tamaña aventura, para semejante desafío a las leyes de la termodinámica ha sido un maravilloso arrugamiento de dedos, amén de un dolor de garganta que tardará semanas en dejar de ser el centro de mi universo.
Peces: 0
Moluscos: 0
Otros: 0
Mi hambre, mis dedos, sus ondulaciones y yo nos vamos a dormir.
Desde Cabo Leeuwin,
Anne