Me gusta esperar la llegada de la luna amarilla de Junio, como si las lunas llenas del resto de los meses tuvieran otros colores y ninguno se pareciera a éste.
Y es que a estas alturas en las que las horas de sol se han estirado como un chicle doble, empiezo a tener miedo de que pronto este proceso se invierta y los días vuelvan a acortarse.
Por eso aprovecho las tardes en Cabo Leeuwin para leer y leer y releer el único libro que no llegó con la marea, aquel que yo misma tenía cosido en el forro del vestido que acompañó la entrada en mi isla cautiverio.
A fuerza de leerlo, de leer todos y cada uno de sus cuentos, aprendo que la magia no está en los grandes acontecimientos, sino que nace de la nada. No es la historia, es el personaje el que escribe lo que quiere vivir y lo que quiere contar.
Me voy. Ya es de noche.