En este Septiembre que avanza por mi isla, el cielo está empezando a cambiar. Las nubes se forman con la velocidad de los rayos y de repente paso del calor total a la llegada de una gran tormenta.
Es un juego de colores, del azul cielo, al blanco de las nubes. El arco iris se dibuja a su lado para ser un invitado de honor antes de la llegada del gris y del viento.
Septiembre en Cabo Leeuwin me sabe a un nuevo comienzo. Tengo pereza. No me encuentro muy bien de salud debido a la vida severa que llevo en esta isla. Estoy cansada. Duermo mal.
Antes de que el invierno entre por la arena de mis playas tendré que aprender a buscar medicamentos naturales. Por ahora sólo tengo nonis para curarme de todos los males.
El estado de la mar no me permite ni acercarme al agua, tengo miedo de entrar con mi tela aprendiza de red y ser arrastrada por las aguas mar adentro.
El destino tampoco ha vuelto a ponerme monos al alcance para volver a los viejos tiempos de las barbacoas de carne, asi que no me ha quedado más remedio que probar algo nuevo.
Algas, hierbas babosas y mal olientes, que no dudo que estarán llenas de nutrientes pero que aun así darán un descanso a mi paladar saturado de coco. El primer intento ha terminado sobre la arena, las he vomitado directamente….
El hambre agudiza el ingenio y si tengo en cuenta que mi hambre ya no es medible porque se sale de las escalas, he preparado una ensalada, entre comillas, ….
Algas verdes gelatinosas con sabor a pescado podrido, coco rayado para cambiar la textura y un toque final con la fruta insípida de mi descubrimiento anterior, el noni.
Resultado: Prueba conseguida. Me lo he tragado todo. Vómitos: Cero
Mi aprendizaje en el mundo de las algas ha comenzado.
Hoy estaba perezosa, cansada y harta de comer pescado. No tenía ganas de moverme ni de ponerme las botas que han empezado a hacerme rozaduras en los pies.
Entre siesta y siesta en mi nueva hamaca , mi estómago me ha querido recordar que formaba parte de mi anatomía, que seguía ahí, que esos crujidos no anunciaban tormenta sino hambre.
Así que me he levantado, y descalza me he adentrado entre los árboles buscando algo nuevo. Quizás un milagro. Y buscando un regalo del cielo me he encontrado con un árbol de Noni. De repente me he acordado de la primera vez que lo probé, en Panamá, en Bocas del Toro, hace ya lo que parecen mil años.
No es que me guste su toque amargo, pero nunca viene mal un cambio de sabor.